martes, 5 de junio de 2012

GRUPO FLEXIBLE, SEGREGACIÓN POSIBLE

Desde que entramos en el colegio nos dividen: 1º A o 1º B, inglés o informática, FP o Bachillerato, humanidades o ciencias... La normativa escolar promueve este tipo de clasificación que da lugar a que el alumnado sea agrupado en atención a la optatividad de sus asignaturas, por ejemplo. 
Pero este no es el único tipo de agrupamiento que existe en las aulas de los centros educativos españoles. En las materias instrumentales -lengua y matemáticas, para que nos entendamos-, la norma prevé que, con carácter excepcional (aunque se trata de una medida muy extendida) se puedan establecer "grupos flexibles" para que la diversidad de capacidades, intereses, motivaciones y necesidades del alumnado quede convenientemente atendida. Hasta aquí, todo bien: cuando hay clase de matemáticas, los niños y niñas se dividen habitualmente en dos grupos y así es más fácil atenderles. 
¿Qué ocurre en muchos centros escolares? Que estos agrupamientos se realizan en función de las capacidades del alumnado y de sus ritmos de aprendizaje, que no son heterogéneos y que, precisamente por estos motivos, se termina segregando a los niños y niñas (del etiquetado ya se ocupan los compañeros). Para el profesor, dicho sea de paso, es más cómodo, pues la verdadera dificultad reside en proporcionar una enseñanza de calidad y equitativa a todo el grupo.
Cuando doy alguna charla o imparto algún taller a docentes acerca de los grupos interactivos, del aprendizaje cooperativo, etc., a menudo hay alguien que dice: "pues yo prefiero que sean todos iguales: o listos, o torpes, o buenos, o malos... me da igual tener a 30 en clase, siempre que no haya muchos niveles". Por otro lado, los cinco o diez minutos que paso cada día en la puerta del colegio de mi hija esperando para recogerla constituyen para mí una fuente excepcional de información; allí he podido escuchar frases como "a mi hijo prefiero que no lo pongan con los que van más lentos, que luego no tiene nivel" (ay, el famoso "nivel") o "el año que viene, cuando entren en el instituto, espero que no los mezclen con los del otro colegio". Y conste que en ambos casos se busca lo mejor para los niños.
Pues bien, teniendo en cuenta lo anterior, es decir, que la práctica de los grupos heterogéneos y de la auténtica educación inclusiva no están muy bien consideradas ni por el profesorado ni por las familias, piensa en la imagen distorsionada que de la diversidad reciben nuestros niños y niñas. 
Los grupos homogéneos, sean del tipo que sean, en función de la procedencia del alumnado, de su "nivel", de sus capacidades físicas o psicológicas... son absolutamente reprobables. La segregación, a la que podemos esconder tras denominaciones como "Bachillerato de excelencia" o "grupos flexibles", solo genera exclusión, falta de empatía, ausencia absoluta de solidaridad y, en numerosas ocasiones, baja autoestima y problemas psicológicos (caldo de cultivo para futuras relaciones personales de dependencia, por ejemplo).
En mi ciudad son numerosas las maestras que encuentran un gran obstáculo que vencer: el de motivar en el uso del castellano a un alumnado que no siente interés ni necesita (aquí está la clave) usar la lengua oficial para relacionarse en su entorno más cercano. ¿Cuál es la diferencia entre un alumno ceutí que desconoce el castellano y otro que, en las mismas circunstancias, se encuentra en un entorno  culturalmente diverso? Está claro, la homogeneidad. Si se desarrollara una política educativa (y, por ende, lingüística) que favoreciera la heterogeneidad, la necesidad de hablar castellano sería una constante. 
Por ello, el hecho de que haya aulas homogéneas va en detrimento de la calidad de la enseñanza. Reconozco que me preocupa bastante la tendencia homogeneizadora de la institución escolar. No debemos excluir ni segregar. La sociedad es, por fortuna, diversa, y le hacemos un flaco favor a nuestros hijos e hijas si intentamos que no conozcan otras culturas, si no dejamos que comprueben que hay personas con ritmos de aprendizaje diferentes y con cualidades excelentes, si no los preparamos para lo que van a encontrarse el día de mañana en el trabajo y en su vida: personas (así, sin ningún calificativo y con todos a la vez). En el aula han de oírse todas las voces, pues todas son importantes, todas tienen algo que aportarnos y de todas aprendemos. 
En resumen, y para no alargarme más: a veces se ofrece una información tendenciosa a las familias, así que si eres madre o padre y te dicen que van a hacer grupos flexibles en la clase de tu hijo o hija, ten siempre presente esto y presta atención porque "grupo flexible, segregación posible".

Hasta ahora he ofrecido una visión del asunto centrada en la institución escolar, el profesorado y la familia. Aquí está la carta de una alumna que quedó marcada por un "grupo flexible". Afortunadamente, los seres humanos aprendemos a pesar de quien nos pretenda enseñar.


2 comentarios:

  1. Interesante tema este. Efectivamente hay distintos aspectos que hay que conjugar, y no es fácil. Así, por un lado, estamos de acuerdo en que una enseñanza "personalizada", es lo idóneo. Llevado a su extremo estaríamos hablando de un solo alumno. Y es cierto que de esta forma dicho alumno podría desarrollar su "aprendizaje" de forma "óptima". Es decir, aprendería más rápido. Esta "bondad" es lo que hace que muchos padres vean positivo discriminar por nivel (sobre todo si su hijo resulta beneficiado en el reparto, claro).

    Por otro lado, separar a los niños en función de cosas tan poco determinantes en realidad para la personalidad de un ser humano, suena casi inmoral. Por no hablar de lo arbitrario o cuestionable de las métricas que se usan a la hora de medir cosas como la inteligencia y otras que determinan "científicamente" la idoneidad como alumno "aprovechable".

    Yo creo que la clave que aúna esto dos puntos de vista es que estamos hablando de la educación. La educación de un ser humano. No es solo de la capacitación del alumno en determinadas materias. Es decir, quizás segregando en plan "excelencia" consigamos un chaval que resuelva mejor ecuaciones diferenciales, pero el precio es que le habremos privado de valores como ciudadano, como persona, que solo se consiguen precisamente creciendo entre TODOS. No solo entre los que pertenecen a mi misma clasificación.
    Pienso que así se fomenta el individualismo, la competitividad, y se matan valores como la solidaridad. De hecho, me temo que esto último, lejos de ser un defecto o daño colateral, es muchas veces un efecto buscado. La sociedad de consumidores individualistas, insolidarios que tan conveniente resulta al sistema.

    Perdón por el ladrillo.

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    1. Estoy totalmente de acuerdo contigo, Antonio. ¿Quién es inteligente?, ¿quien posee unos determinados conocimientos de tipo teórico, o quien tiene unas determinadas habilidades sociales, sabe trabajar en equipo, es capaz de ponerse en el lugar de los demás y se adapta a cualquier tipo de cambio que pueda suceder en su vida?
      Creo que debe salir de las personas que nos dedicamos a la formación del profesorado y de las familias que éstas estén más enteradas, que comprendan que las empresas actuales demandan profesionales que sepan "aprender a aprender" (y eso no se consigue segregando y siguiendo con el modelo pedagógico del siglo pasado).
      Gracias por tu comentario (y de "ladrillo", nada).

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