No, no voy a hablar en esta entrada de algo personal, ni tampoco de la duración que ha de tener una relación afectiva entre dos personas para que la podamos llamar "amistad", como reza un vídeo que circula ahora en las redes sociales. No.
Como jefa de estudios de un IES (el Almina, de Ceuta) tengo que escuchar machaconamente estos primeros días de clase una frase que me descorazona y me hace pensar que algo estamos haciendo mal, muy mal.
Son muchas las madres (y también, aunque en menor proporción, los padres) que vienen a verme para solicitar un cambio de grupo debido a que su hijo o hija no ha caído en la clase "con sus amigas de toda la vida" y que por este motivo auguran un curso lleno de desdichas, asignaturas suspendidas e, incluso, solicitudes de cambio de centro para estar en otro instituto con primos (estos sí "de toda la vida") u otros familiares.
Reconozco que el cambio de un centro de primaria a otro de secundaria no es fácil y que son numerosos los cambios que se producen en el cuerpo y la mente de una persona como para, además, cargar con el hecho de tener que decir "hasta luego" durante seis horas al día a los amigos.
Como decía antes, algo estamos haciendo mal.
¿Qué concepto de "amistad" estamos ofreciendo a nuestros hijos e hijas si lo unimos irremediablemente a la proximidad física? ¿Si no está contigo en clase dejará de ser tu amigo o amiga? ¿Qué valores estamos transmitiendo?
Los cambios son difíciles pero también son oportunidades que nos ofrece la vida para conocernos mejor, para reflexionar sobre quiénes somos, qué queremos y a quién queremos realmente a nuestro lado.
No quitemos la oportunidad a nuestros hijos e hijas de crecer, de aprender a salir de su zona de confort y de descubrir cosas y sentimientos nuevos. Y, eso sí, brindémosles toda nuestra ayuda para superar las dificultades con las que se encuentren hasta lograr ser felices.
La amistad es algo precioso, incondicional, que no entiende de tiempo ni de espacio. No nos confundamos ni confundamos a quienes están formándose, por encima de todo, como PERSONAS, con mayúsculas.
Siempre le he tenido un respeto especial a los sueños; ellos son el motor de la vida, y la vida es acción, revolución y transformación.
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domingo, 18 de septiembre de 2016
jueves, 14 de junio de 2012
¿Una oportunidad para la escuela inclusiva?
Esta mañana El País me ha despertado con la noticia de que "Galicia agrupará en la misma aula a niños de 6 a 12 años para ahorrar". Opino que no es una buena medida, fundamentalmente porque supondrá la supresión muchos puestos de trabajo (casi 200 maestros de Educación Primaria) y también porque, al tratarse de un medida basada en el ahorro y no en la mejora de la calidad educativa, no estará dotada presupuestariamente para que se lleve a cabo con éxito, se hará sin pensar a quién y con qué criterio se agrupa y, en resumidas cuentas, consistirá en el hacinamiento de niños y niñas con diferentes edades, ritmos de aprendizaje y capacidades, pero sin el apoyo de una adecuada formación del profesorado y sin recursos. Es decir, en Galicia no habrá aulas inclusivas sino aulas en las que esté un niño de 7 años sentado junto a una niña de 11, por ejemplo, y eso no es inclusión.
Dicho esto, pongámonos a imaginar...
Imagino un titular igual que este pero sin la expresión "para ahorrar". ¿Estaría de acuerdo? Pues, sinceramente, creo que sí (con ciertas condiciones, claro está). Siempre he defendido la inclusión, que aprendemos mucho más de aquello que es diferente que de lo que es semejante a nosotros y nosotras, que las interacciones son más enriquecedoras si, además de producirse entre iguales, se producen -en el ámbito escolar- entre personas "no académicas", etc. pero, claro, todo esto será posible si el docente conoce "actuaciones educativas de éxito" y las lleva a cabo sabiendo lo que hace, no si agrupa al alumnado por niveles y les prepara una batería de actividades para hacerlas individualmente.
Como decía esta mañana @R_Flecha en un improvisado debate en twitter:
La diversidad "inclusión" da éxito.
La diversidad "mixture", fracaso.
Si yo fuera maestra en Galicia, saldría a la calle a reivindicar mis derechos laborales y pediría unas condiciones de trabajo mejores para que -a su vez- mejorase la calidad de la educación, lucharía por mis derechos y por los de mis compañeras y compañeros, pero también aprovecharía la ocasión para:
- Formarme en metodologías inclusivas.
- Poner en práctica actuaciones educativas de éxito, constatadas científicamente.
- Ofrecer a mi alumnado unas interacciones ricas, en el marco del aprendizaje dialógico.
martes, 5 de junio de 2012
GRUPO FLEXIBLE, SEGREGACIÓN POSIBLE
Desde que entramos en el colegio nos dividen: 1º A o 1º B, inglés o informática, FP o Bachillerato, humanidades o ciencias... La normativa escolar promueve este tipo de clasificación que da lugar a que el alumnado sea agrupado en atención a la optatividad de sus asignaturas, por ejemplo.
Pero este no es el único tipo de agrupamiento que existe en las aulas de los centros educativos españoles. En las materias instrumentales -lengua y matemáticas, para que nos entendamos-, la norma prevé que, con carácter excepcional (aunque se trata de una medida muy extendida) se puedan establecer "grupos flexibles" para que la diversidad de capacidades, intereses, motivaciones y necesidades del alumnado quede convenientemente atendida. Hasta aquí, todo bien: cuando hay clase de matemáticas, los niños y niñas se dividen habitualmente en dos grupos y así es más fácil atenderles.
¿Qué ocurre en muchos centros escolares? Que estos agrupamientos se realizan en función de las capacidades del alumnado y de sus ritmos de aprendizaje, que no son heterogéneos y que, precisamente por estos motivos, se termina segregando a los niños y niñas (del etiquetado ya se ocupan los compañeros). Para el profesor, dicho sea de paso, es más cómodo, pues la verdadera dificultad reside en proporcionar una enseñanza de calidad y equitativa a todo el grupo.
Cuando doy alguna charla o imparto algún taller a docentes acerca de los grupos interactivos, del aprendizaje cooperativo, etc., a menudo hay alguien que dice: "pues yo prefiero que sean todos iguales: o listos, o torpes, o buenos, o malos... me da igual tener a 30 en clase, siempre que no haya muchos niveles". Por otro lado, los cinco o diez minutos que paso cada día en la puerta del colegio de mi hija esperando para recogerla constituyen para mí una fuente excepcional de información; allí he podido escuchar frases como "a mi hijo prefiero que no lo pongan con los que van más lentos, que luego no tiene nivel" (ay, el famoso "nivel") o "el año que viene, cuando entren en el instituto, espero que no los mezclen con los del otro colegio". Y conste que en ambos casos se busca lo mejor para los niños.
Pues bien, teniendo en cuenta lo anterior, es decir, que la práctica de los grupos heterogéneos y de la auténtica educación inclusiva no están muy bien consideradas ni por el profesorado ni por las familias, piensa en la imagen distorsionada que de la diversidad reciben nuestros niños y niñas.
Los grupos homogéneos, sean del tipo que sean, en función de la procedencia del alumnado, de su "nivel", de sus capacidades físicas o psicológicas... son absolutamente reprobables. La segregación, a la que podemos esconder tras denominaciones como "Bachillerato de excelencia" o "grupos flexibles", solo genera exclusión, falta de empatía, ausencia absoluta de solidaridad y, en numerosas ocasiones, baja autoestima y problemas psicológicos (caldo de cultivo para futuras relaciones personales de dependencia, por ejemplo).
En mi ciudad son numerosas las maestras que encuentran un gran obstáculo que vencer: el de motivar en el uso del castellano a un alumnado que no siente interés ni necesita (aquí está la clave) usar la lengua oficial para relacionarse en su entorno más cercano. ¿Cuál es la diferencia entre un alumno ceutí que desconoce el castellano y otro que, en las mismas circunstancias, se encuentra en un entorno culturalmente diverso? Está claro, la homogeneidad. Si se desarrollara una política educativa (y, por ende, lingüística) que favoreciera la heterogeneidad, la necesidad de hablar castellano sería una constante.
Por ello, el hecho de que haya aulas homogéneas va en detrimento de la calidad de la enseñanza. Reconozco que me preocupa bastante la tendencia homogeneizadora de la institución escolar. No debemos excluir ni segregar. La sociedad es, por fortuna, diversa, y le hacemos un flaco favor a nuestros hijos e hijas si intentamos que no conozcan otras culturas, si no dejamos que comprueben que hay personas con ritmos de aprendizaje diferentes y con cualidades excelentes, si no los preparamos para lo que van a encontrarse el día de mañana en el trabajo y en su vida: personas (así, sin ningún calificativo y con todos a la vez). En el aula han de oírse todas las voces, pues todas son importantes, todas tienen algo que aportarnos y de todas aprendemos.
En resumen, y para no alargarme más: a veces se ofrece una información tendenciosa a las familias, así que si eres madre o padre y te dicen que van a hacer grupos flexibles en la clase de tu hijo o hija, ten siempre presente esto y presta atención porque "grupo flexible, segregación posible".
Hasta ahora he ofrecido una visión del asunto centrada en la institución escolar, el profesorado y la familia. Aquí está la carta de una alumna que quedó marcada por un "grupo flexible". Afortunadamente, los seres humanos aprendemos a pesar de quien nos pretenda enseñar.
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