Entre la fotografía de la izquierda y la de la derecha hay una semana de diferencia. Esta circunstancia, que no le dice nada a nadie, cobra para mí importancia cuando analizamos la imagen y su contexto.
En la imagen se observa un cartel casero, realizado con folios y una subcarpeta plastificada ("forrillo", en ceutí) y -detalle importante- sujeto a una puerta de madera mediante un trozo de cinta adhesiva que, por si fuera poco, está doblado por la parte superior para que desprenderla resulte más cómodo.
Pues bien, que este cartel lleve una semana intacto hace que la vida valga la pena y me da fuerzas para seguir trabajando por una escuela que promueva el pensamiento libre, que esté basada en la igualdad y en la inclusión de todos y todas (independientemente de nuestras capacidades, formación académica, intereses o ideas).
Es fácil escuchar los siguientes adjetivos en referencia a los adolescentes de hoy en día: desmotivados, descuidados, disruptivos, "salvajes", irrespetuosos… pero no resulta tan fácil demostrar con hechos que una inmensa mayoría de ellos no lo son.
Este cartel, sujeto únicamente con una débil cinta adhesiva y expuesto al anonimato de un pasillo de instituto ceutí, es respetado por disruptivas e irrespetuosos por un motivo: es suyo y/o así lo consideran. Además, es fruto del trabajo conjunto y, sobre todo, de compartir la idea de que todas y todos somos iguales, ni más ni menos que nadie.
Tal vez mañana alguien corriendo por el pasillo arranque el cartel. No importa. Estuvo una semana intacto y valió la pena (o, mejor dicho, la alegría).
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